Nuestro profesor Ángel Sánchez-Palencia nos ofrece una crítica del estreno de Calígula, de Albert Camus, representado por el Grupo de Teatro de la UFV en el marco de la VI Muestra de teatro Universitario:
Comencemos por el Cartel. La imagen de la cabeza mutilada de Calígula por el abismo de la luna, un sueño imposible, expresa con enorme fuerza a través de los propios elementos del argumento el tema de la obra.
Es muy loable que la Compañía haya tenido la valentía, que es el término medio entre la cobardía (digamos apocamiento) y la temeridad, de habérselas con el Calígula de Camus, una obra difícil, muy difícil, de llevar a escena. Una portentosa tragedia sobre el hombre moderno, aún contemporáneo, quien, a pesar de ser materialista, se rebela contra las determinaciones propias del Universo corpóreo… Precisamente porque, aún creyéndose materialista (el materialismo hoy es una auténtica fe), él está compuesto de cuerpo y alma, y el alma es espiritual y subsistente -decimos en filosofía- para decir, en román paladino, una realidad inteligente y libre que inevitablemente trasciende el orden material del ser, razón por la que cada hombre desea la inmortalidad y siente una natural incomprensión al devenir del universo material de mano del cual viene la enfermedad y la muerte. La interpretación tiene el mérito de poner al espectador frente al drama intelectual y humano que lleva consigo el empeño de Calígula de vivir según una libertad absoluta que no se atiene a la realidad, que no es ordenada por los valores, sino que pretende que el valor se sitúa al final de la acción. Tal es el empeño del existencialismo: negar los límites a los que siempre se atuvo el pensamiento antiguo.
Destaca la interpretación de Cayo, por Pablo Cervera, que está grande en el papel y transparenta la grandeza y la miseria de un personaje que hace pensar. Puesto que se trata de una crítica, diré que la postura de brazos en jarra apoyadas las manos en las caderas no resulta escenográficamente adecuada. Cesonia, interpretada por Marta Arranz, olvida a veces el carácter bifronte del personaje, maternal a la vez que cómplice de la locura del Emperador. De entre los Patricios destaca por su naturalidad Metelo, interpretado por Jorge Lang y un Mikel Hernández que da vida con oficio y credibilidad al sentido común representado por Quereas. Todos, y son muchos, hacen buen papel que merece una sincera enhorabuena.
Magníficos la escenografía y attrezzo: dos estructuras de arquitectura clásica – ingeniosamente construías en malla metálica y desmontable- que, situadas oblicuamente en el escenario, abren el proscenio hacia la profundidad donde se ve “la luna”, también en malla metálica, un verdadero dramatis personae que representa la quimera de lo imposible… con quien, sin embargo, Cayo Calígula yació una noche de agosto… Sólo se echa de menos el espejo que falta en el marco, también manufacturado en tela metálica, que es hecho añicos en el desenlace de la pieza; pues se trata de otro elemento simbólico esencial; a saber, el Calígula imposible -el sueño de la soberbia de un hombre inquieto – “que hace pensar”- que es destrozado por la tozuda realidad. Como apropiado es el vestuario: el espectador se cansa de ver representaciones -yo no me pierdo un solo estreno- que pretenden actualizar lo que es universal -el tema, lo humano que no me es ajeno, aunque se revista de togas romanas- pero que en realidad no comprenden y confunden la universalidad de la obra con la traslación de época y la actualización del vestuario, haciendo violencia a las propias obras. Unas palabras de reconocimiento al Director y su equipo. José Carlos Villamuelas está llevando a cabo una labor extraordinariamente universitaria en la Compañía de Teatro de nuestra Universidad. La elección de las obras, la laboriosa preparación fruto de una reflexión profunda sobre las mismas, la dirección de actores… todo merece enhorabuena y gratitud.
Un verdadero placer estético e intelectual contemplar nuestro (UFV) Calígula de Camus. Animo a toda la Comunidad UFV a que disfrute de él.
Ángel Sánchez-Palencia Martí